Escribir es dejar huella. La escritura es un invento de
nuestra humanidad, hecho con el propósito de dejar claras las visiones, las experiencias,
los sentires, pensamientos y conocimientos que desde la vida se construyen día
a día.
Escribir es contar historias. La vida es vivir historias.
Escribir es contar esas historias de vida, desde la manera de verlas de quien
escribe; casi siempre se escribe para contar las cosas especiales, las más
importantes, las que más nos han impactado, las que más nos importan, lo que
más nos ha gustado, lo que nos ha costado sufrimientos también, lo que nos ha
hecho fuertes, lo que sabemos que nos ha dado experiencia. Pero también se
escribe desde los anhelos, desde el deseo de encontrarnos a nosotros mismos en
lo que escribimos; un encontrarnos a nosotros mismos al contarles a los otros,
por medio de las letras, quiénes somos, qué pensamos, sentimos, soñamos,
hacemos, en fin, vivimos.
Cuando no se escribe así, la escritura es algo muy
complicado, pesado, difícil, poco atractivo. A veces los trabajos escolares son
los que más encajan en este tipo de escritura forzada. ¿Qué caso tiene forzar a
alguien a que escriba cuando no es él mismo el que quiere contarnos sus
historias? Para escribir, entonces, como para leer, hace falta sentir el gusto,
tener ganas de poner las historias al alcance de los otros por medio de
nuestras propias palabras.
Entonces, cuando escribimos acerca de nosotros mismos, de
nuestra vida, es porque estamos decididos a que los otros, quienes nos lean,
nos vean más claramente, descubriendo a través de nuestro escrito cosas que tal
vez antes no aparecían ante sus ojos acerca de quiénes somos, qué pensamos,
sentimos y hacemos. Resulta luego que esta escritura termina siendo reveladora
para nosotros mismos; es decir, a través de nuestros textos terminamos
encontrándonos a nosotros mismos porque la escritura nos permite vernos
distintos a como normalmente nos vemos. Esta escritura tiene, entonces, esta
magia: nos deja ver lo que antes no veíamos, nos lleva a saber lo que antes no
sabíamos y puede que también alcancemos a sentir acerca de nosotros mismos lo
que antes no sentíamos.
La magia de la escritura desde y acerca de nosotros mismos
está en su poder revelador, que es también el poder de la transformación. Al
escribir nuestra experiencia de vida llegamos a cambiar de cierta forma nuestra
propia manera de ver y hacer la vida. Escribir sirve entonces para esclarecer,
para iluminarnos en el sentido de conocer nuestras posibilidades, nuestras
potencialidades para cambiar, para mirar al mundo de otros modos, con otros
énfasis, con otras preguntas, con otros anhelos, con nuevas pretensiones, búsquedas
o aspiraciones. Este poder de la escritura es, en verdad, una experiencia
sumamente extraordinaria para nuestras vidas personales; quien no escriba acerca
de sí está lejos de cambiarse a sí mismo para ser mejor.
Aquí se trata entonces, como pueden ver, de escribir para
conocerse mejor y, desde ahí, abrir la posibilidad de hacer cambios en uno
mismo para mejorar. Siempre tenemos posibilidades de mejorar nuestra manera de
ser, de pensar, de hacer, de convivir, de sentir. La escritura aquí es una
herramienta poderosa para conseguir esas mejoras posibles.
Otra manera de decir esto mismo es apuntando que escribir es
volver a vivir nuestros viajes a través de la vida. Vivir la vida es hacer
múltiples viajes y eso equivale a disfrutar de la vida como un recorrido que
nos lleva a distintos lugares, a conocer muchas cosas y personas, a encontrar
lugares y situaciones muy interesantes y relacionarnos disfrutando de esos
múltiples encuentros. ¿Cuáles son los lugares, las situaciones, los encuentros,
las experiencias o aventuras vividas que más nos han impactado? ¿Qué es lo que
más vale la pena contar a los demás de esas aventuras de viaje? La escritura es
una magnífica forma de hacer de nuevo esos viajes vividos. Nuestros relatos
escritos, entonces, pueden recoger todo el colorido emocional, afectivo de lo
que en cada viaje nos ha quedado como huella, como un recuerdo poderoso que nos
anima cada vez que lo recreamos.
En el caso de la experiencia pedagógica vivida al plantear y
llevar a cabo nuestro proyecto como profesores en formación, hemos documentado
a través de fotografías, grabaciones en video y con las producciones de los
niños, una serie de situaciones que nos han dejado huella, es decir, que nos
han permitido aprender cosas nuevas acerca de nuestro trabajo. La escritura que
nos proponemos al hacer el recorrido reflexivo de la experiencia vivida, nos
permitirá relatar lo más interesante y valioso de ese viaje pedagógico. Y
contarlo desde cómo cada uno de nosotros lo ha vivido, seguro que será una
tarea gratificante y también poderosa para reflexionar sobre nuestro trabajo
con miras a fortalecerlo en el siguiente ciclo de trabajo del colectivo; esta
es la razón por lo que nuestra escritura es necesaria e importante.
¿Cómo escribir
relatos pedagógicos interesantes y potentes para valorar y aprovechar nuestro
trabajo?
Lo primero que se necesita para una escritura significativa
de nuestras experiencias pedagógicas es tener muchas ganas de contar nuestra
historia, sentir el deseo de contagiar a los otros el entusiasmo y la riqueza
de lo que nos vivimos con los niños y niñas, con la gente de la comunidad y con
nuestros propios compañeros de escuela. La narrativa pedagógica que buscamos a
través de los relatos es en sí misma una tarea placentera porque gracias a ella
podemos lograr que muchos otros se enteren vivamente de esa riqueza que
caracteriza a la experiencia del trabajo pedagógico en colectivo.
Igual que cada uno de nosotros tiene su propio estilo de ser
profesor o profesora, los relatos nos ayudan a configurar nuestro propio estilo
personal como escritores. Esto quiere decir que no hay una sola receta para
escribir estos relatos pedagógicos, sino que cada uno ha de ir encontrando la
manera de expresar lo que piensa acerca de su propio trabajo. Entonces no hay
que angustiarse por lo que vamos a escribir, sólo hay que dejar que nuestra
imaginación y nuestro pensamiento resuelvan por donde comenzar y luego vayan
tejiendo los hilos de lo que vamos a contar.
Entre los profesores tenemos distintos niveles de acercamiento
a una escritura en forma de narrativa, hay unos más experimentados que otros,
unos más audaces o decididos que otros, unos más duchos que otros, pero todos
podemos lograr buenos relatos pedagógicos si nos lo proponemos. Tal vez algunos
pasemos por más dificultades que otros; otros lo harán con mayor extensión,
profundidad o precisión; habrá relatos de distinta calidad tal vez, pero lo
importante es que cada relato será significativo para SU AUTOR, porque es a
quien más le importa haberlo escrito. Este es el criterio más importante al
comenzar a escribir y lo será también al publicar la experiencia contenida en
los relatos.
Lo que en este momento metodológico nos importa es animar la
escritura, darle impulso para que sea, para que comience la aventura de hacer
narrativa pedagógica. Con ese fin me animo a sugerir en seguida algunos puntos
que cada uno considerará según su condición como posibles pautas a favor de una
escritura significativa de su relato. He aquí los puntos a que me refiero.
Seleccionar la o las experiencias de nuestro relato (lo más
significativo que vivimos en esta experiencia).
El trabajo que se realiza durante el servicio social es
variado en acciones y situaciones que merecen ser contados y pensados a través
del relato. Tal vez alguien quiera comenzar su relato refiriéndose a TODO lo
que se hizo en su grupo o en su escuela, y esto no es malo de ninguna manera.
El problema que esta elección conlleva es que vamos a encontrar que ES
DEMASIADO LO QUE PODEMOS CONTAR y a veces esto nos desanima o nos puede llevar
a un relato muy general, que cuenta todo, sí, pero SIN PRECISAR, SIN
PROFUNDIZAR por medio del relato en el análisis de la práctica. Esto por
supuesto es natural que suceda cuando intentamos un relato que incluya todo: el
problema que abordamos (por qué), la manera en que lo decidimos, los propósitos
y la justificación del proyecto, los fundamentos teóricos que pusimos en la
base del plan de trabajo, las acciones del principio al fin de una jornada de
práctica, la participación de los padres de los niños y de la comunidad a que
pertenece la escuela, las producciones o eventos más relevantes que hicimos con
los niños, los conflictos que aparecieron y cómo se resolvieron, los progresos
o resultados que alcanzaron los niños, las acciones para gestionar los recursos
que se emplearon, los intercambios que se produjeron entre profesores al
realizar el proyecto como escuela, por mencionar los más visibles.
Si queremos contar todo eso en un solo relato corremos el
riesgo de llenar muchísimas cuartillas y terminar sin conseguir sacar el jugo,
el sabor o el sentido de nuestro trabajo. Tal vez a nosotros mismos nos resulte
cansado, desalentador, poco interesante y provechoso intentar un relato tan
completo y general. Y no se trata de eso, sino de convertir la práctica en experiencia, o como decía, se trata de
hacer una escritura con sentido para mejorar las propuestas de nuestro trabajo.
Entonces la primera sugerencia es, como dicen los
metodólogos, delimitar el tema de la
escritura. Esto no es otra cosa que hacer una revisión minuciosa de la
diversidad de situaciones significativas que constituyen el trabajo hecho, para
encontrar las que consideramos más importantes porque al escribir sobre ellas
podremos reflexionar a fondo sobre lo que hicimos y así sacar provecho en el
sentido de aprender de nuestra práctica individual y colectiva.
Cada profesor participante en el servicio social pone en
juego su propia creatividad, su propio estilo, su peculiar manera de mirar la práctica. Entonces también cabe
dejar que cada uno revise su trabajo y tome la decisión acerca de cuáles son las situaciones más
significativas de su propio trabajo, sobre las cuales quiere hacer este
ejercicio de escribir para contar y analizar lo que sucedió en su caso.
No hay duda de que al seleccionar algunas de las situaciones
más relevantes del trabajo realizado para escribir un relato pedagógico vamos a
sentir más entusiasmo para hacerlo, vamos a poder enfocar con más cuidado los
asuntos explícitos e implícitos en lo que hicimos, vamos a poder incluir
algunas referencias teóricas muy ligadas al saber pedagógico que pusimos en
juego, vamos a poder cuestionar o poner en duda algunas de las cosas que
hicimos o que pensamos, vamos a organizar mejor los datos o hechos a los que
nos vamos a referir centralmente, vamos a detectar conflictos o vacíos en
nuestra propuesta de intervención pedagógica, vamos a poder reconocer o
visualizar nuevas posibilidades o retos a abordar para seguir trabajando frente
al mismo campo problemático, entre otras ventajas que son importantes y de
mucho provecho.
Entonces se sugiere que seleccionemos muy bien aquellas
cosas interesantes que queremos contar y
que necesitamos personalmente pensar
más a fondo para extraer lo que
aprendimos al hacer este trabajo. Necesitamos revisar con calma las
fotografías, los trabajos de los niños, los materiales didácticos que
empleamos, lo que dijeron o hicieron los padres de nuestros niños en este
proceso, los eventos que realizamos dentro y fuera del aula y de la escuela,
las notas que tomamos al paso de las actividades; es decir, hay que revisar una
y otra vez las huellas de nuestro trabajo, de todo el proceso, y encontrar,
desde nuestra mirada pedagógica, los
hechos, las situaciones más relevantes acerca de los cuales podemos bordar
o tejer un relato interesante para nosotros y para otros profesores.
Entre esas situaciones seguramente estarán los hechos o
situaciones significativos por su sentido afirmativo de nuestro saber
pedagógico, los que nos dan el estilo,
o la identidad que tenemos cada uno
en nuestra manera de ser educadores. Se trata de hechos o situaciones que
contienen nuestras fortalezas como profesores, los saberes que nos identifican,
que nos dan personalidad pedagógica, es decir, nos diferencian de otros por la
forma peculiar en que entendemos la pedagogía y la ejercemos con nuestros
alumnos tratando de ir siempre más allá, de lograr mejores cosas, de superarnos
en el modo de ser educadores. Estas situaciones
sin duda que estarán en el centro de la historia pedagógica que queremos contar
a nuestros compañeros, porque sabemos que hay en ella aspectos sobresalientes
que podemos compartir para mejorar las prácticas pedagógicas en nuestra escuela,
o al menos interesar a otros compañeros para imitarlas o desarrollarlas en su
propio estilo.
Pero va a ocurrir que al contar esa historia, al estar ya
relatándola tal vez, vamos a encontrar que también comprende hechos o
situaciones con respecto a los cuales nuestro saber pedagógico se reconoce
limitado; es decir, vamos a identificar temas o asuntos de nuestra práctica que
todavía representan para nosotros un obstáculo a vencer, una necesidad de
conocer más a fondo (investigando, por supuesto), un problema por resolver,
unas preguntas por aclararnos o simplemente algo que nos “hace ruido” en
nuestra conciencia. Por supuesto que también estos hechos o situaciones son muy
ricos para nuestro relato. Hay que bordar sobre ellos, hay que reflexionar
sobre esos hechos también, hay que ir al
fondo en el análisis de esta experiencia. Escribir este relato es la mejor
oportunidad que tenemos para sacar provecho de lo que nos falta por aprender.
Tal vez tome algo de tiempo el tomar esta decisión antes de
ponerse a escribir, pero seguramente una vez que tengamos muy en claro lo que
pretendemos abordar va a ser mucho más viable la producción de un relato
interesante, preciso y que logra hacer una reflexión que conlleva aprendizajes
valiosos para continuar trabajando sobre nuestro proyecto colectivo.
Leer una y otra vez las huellas de esa experiencia a relatar (organizar
las informaciones que tenemos en fotos, videos y producciones de los niños para
“armar” la trama de la historia que vamos a contar).
Para poder escribir hace falta leer. Leer es desarrollar la
agudeza de nuestra mirada. Leer es mirar al mundo, a la vida, con capacidad
para captar lo más valioso, lo más importante, lo más interesante. Leer,
entonces, necesita de nuestros ojos muy vivos, muy atentos al objeto de nuestra
mirada. Sólo así podremos descubrir lo que hay detrás de las apariencias, sólo
así hallaremos lo que está detrás de los hechos, lo que parece oculto, lo que
no se ve tan fácilmente y que, sin embargo, tiene el sentido más profundo e
interesante de los acontecimientos. Por eso se dice que leer es entender, comprender e interpretar al mundo.
Por supuesto que desarrollar esta forma de leer conlleva el uso del pensamiento.
Nuestro cerebro es maravilloso, porque en realidad nuestros ojos miran las cosas a través de nuestros
pensamientos. Cuando vemos las cosas, los hechos, los acontecimientos de
nuestra vida, el pensamiento nos ayuda a encontrar las relaciones, las
conexiones entre ellos. Y son justamente las palabras las que nos permiten
tejer esas relaciones, describir esos nexos, precisar esos vínculos que miramos
entre hechos o situaciones que leemos.
Cuando ya tengamos
identificadas las situaciones que contendrá nuestro relato, tendremos que
regresar una y otra vez a mirar las huellas del trabajo. Ese ir y venir
entre esas huellas irán alimentando nuestro pensamiento, nuestra imaginación y
así, poco a poco la mayoría de las veces, iremos
armando la trama de nuestra historia, las escenas de nuestra película, los
capítulos de nuestra novela, los acontecimientos de nuestro relato pedagógico.
Para estar seguros de ello conviene hacer un esquema, un mapa mental o
un guion de nuestro relato; es decir, nombrar uno a uno los pasajes de la
historia, las partes del escrito, pues.
Comentar con otros las escenas o episodios de la historia que estamos
construyendo, para convencernos de cuáles son y en qué orden las acomodaremos
en el escrito (hacer un esquema organizador del relato).
Una vez que tenemos el guion de la película, la trama de la
historia a contar, conviene asegurarnos de su lógica, es decir, de su coherencia o consistencia como historia.
Para lograr esta seguridad, cabe ensayar la escritura a través de la oralidad.
Se trata, entonces, de platicar nuestra
historia antes de escribirla, contársela a otros para escuchar sus puntos de
vista, sus sugerencias, sus observaciones. El resultado de este ejercicio
será, sin duda, un nuevo esquema organizador del relato, una especie de índice
previo al texto que se convierte en el organizador de su estructura, de su
contenido. Cuando este organizador o esquema del relato ya esté muy claro para
nosotros, ahora sí es tiempo de sentarse cómoda y largamente a escribir; tan
cómoda y largamente como nos sea posible para poder crear nuestra historia.
Escribir el primer borrador del relato, dejando que en él fluyan las
cosas que queremos contar, con toda la riqueza, crudeza o poder con que las
vivimos en los hechos.
La escritura es un acto de creación, es engendrar historias
valiosas, amenas, interesantes, con sentido para otros tanto como para quien
escribe. Por eso hace falta sentirse (y sentarse) cómodo y con tiempo para
escribir sin distracciones, sin preocupaciones, sin interrupciones. Cada uno
hallará la forma de resolver esto a su manera, el caso es que una vez que se
sienta uno a escribir hay que estar
inspirado, hay que sentir una energía propia de la creación, hay que sentir el
goce de la escritura. Y ya instalados en esa energía hay que dejarla fluir
hasta que el relato vaya adquiriendo su forma y su contenido.
Es muy recomendable, entonces, no sentirse agitado al
escribir, no hacerlo bajo presión, sino al contrario, hay que escribir cuando uno
está suficientemente a gusto para poder hacerlo. Hay que disfrutarse la
escritura; esto se siente y se podrá reconocer cuando veamos fluir la
narración, el texto, cuando lo que escribimos va saliendo con espontaneidad,
sin mucho esfuerzo y, además, nos va gustando lo que está saliendo, lo que
vamos avanzando poco a poco.
De esa manera llegará el momento en que tendremos ya el
primer borrador del relato. Sentiremos que contiene ya todo lo más importante
que hace falta decir acerca de nuestro tema, de nuestra historia. Tendremos, en
suma, el primer borrador listo.
Dejar reposar el texto para que madure (nuestro cerebro trabajará el
texto hasta cuando estemos dormidos y rebuscará en nuestra memoria de datos y
huellas lo que hace falta o lo que hay que quitar). Dejar que otros lean
nuestro texto y opinen acerca de él, de lo que cambiarían o agregarían para
mejorarlo.
Al primer borrador de un relato interesante le pasa lo que a
un buen mezcal (esto lo aprendí recientemente en una de mis salidas al campo con
mis estudiantes). Hay que dejarlo reposar, hay que darle tiempo para que se
madure, para que coja más cuerpo, más fortaleza, más seguridad de estar bien
hecho, entero como historia interesante y valiosa.
Si la tenemos, no
perdamos la oportunidad de dar nuestro escrito a compañeros interesados en
leerlo y comentarlo. Este ejercicio puede ser realmente muy enriquecedor de
nuestras ideas, de lo que ya hemos puesto en el texto y también de lo que puede
hacer falta en él para ganar en claridad y precisión. Tenemos que aprovechar
que entre profesores somos muy buenos para leer a otros y hacerles ver
cualidades o limitaciones de sus escritos. Tenemos
que atrevernos a ser objeto de crítica en lo que escribimos, porque la crítica ayuda
mucho a mejorar esta clase de trabajos.
Ese tiempo en que dejamos reposar al relato, en realidad
vale sólo para el texto, porque, afortunadamente, nuestro cerebro no dejará
trabajar ni un solo instante en él. Hasta dormidos estaremos cerebral y
energéticamente trabajando para descubrir lo que puede todavía mejorarse en
nuestro texto. En nuestro pensamiento van a parecer observaciones y
sugerencias, ideas para mejorar el escrito agregando o quitando cosas, o
simplemente descubriendo que hay mejoras formas de decir lo que ya tenemos
apuntado. Cuando esto ocurra será hora de dar el siguiente paso (o la segunda
destilación, como ocurre con un buen mezcal).
Reescribir el relato (mezclar o combinar la exigencia de lograr una
escritura interesante con el gusto de escribir).
La madurez del relato, su consistencia como escrito
interesante que logra fotografiar la práctica pedagógica y resaltar los saberes
más interesantes comprendidos en ella, es producto de la reescritura, es decir,
resulta de retomar el borrador inicial y hacerle cambios, mejoras, puliendo las
ideas, mejorando la redacción, agregando notas o referencias teóricas que
esclarecen más las principales ideas que se exponen directamente relacionadas
con lo que se hizo y cómo y por qué se hizo.
A algunos tal vez esta sugerencia les parezca exagerada,
demasiado exigente. Tal vez les convenga recordar que en nuestro trabajo con
los educandos eso es precisamente lo que hacemos cuando nos interesa que ellos
progresen y alcancen una calidad superior en sus trabajos y respecto de sí
mismos. “Toda exigencia que no se hace a
los alumnos detiene su progreso” escribió hace muchos años un pedagogo
alemán, y aquí veremos lo atinado de esta recomendación.
Esta parte tal vez para algunos signifique cierto
sufrimiento, entendido como un gran esfuerzo para poder mejorar
cualitativamente su escrito. Otros lo asumirán seguramente como un reto, un
desafío que los invita a ir más allá de lo ya conseguido. Como sea, asumir esta
sugerencia dará sus frutos en su momento y cada uno lo va a saber cuando al
leer su texto sienta que realmente lo ha mejorado, que ha logrado un buen
relato, interesante, digno de ser leído por otros profesores interesados en
enriquecer su saber y mejorar su práctica. La medida justa para valorar el
escrito es la satisfacción personal de su
autor, su convicción de que el escrito logra comunicar su pensamiento hecho
acción, su praxis como decía nuestro maestro Freire.
Publicar el relato pedagógico (leerlo para un público que esté
dispuesto a escuchar y opinar francamente acerca de lo que hemos escrito).
Llegó así el momento de publicar los escritos. No se trata
aquí de literalmente hacer una publicación impresa que se distribuya en muchos
lugares. Se trata precisamente de hacer
público el escrito, darlo a conocer a un público apropiado: los colegas,
los compañeros educadores que están comprometidos con la transformación de las
maneras de ser maestro y de hacer escuela.
En nuestro medio oaxaqueño no son pocos los profesores que
trabajan con este genuino interés y convicción profesional. A ellos está
dirigida la publicación, se trata de organizar alguno o algunos eventos en los
que los pares, esto es los compañeros, se den tiempo y forma para leerse,
escucharse, dialogar, preguntar, opinar, sugerir, observar, interrogar los textos
que se presenten. Esta manera de publicar sirve para realimentar el espíritu innovador entre los profesores, funciona
exactamente como una energía capaz de movilizar de nuevo los intereses, el
entusiasmo pedagógico, las ganas de seguir adelante con este y otros proyectos
en su escuela, con sus compañeros del colectivo.
Actualmente, hay otras maneras de publicar que no requieren
de la impresión con tinta y papel. Las redes de internet son un magnífico
recurso para que nuestras voces lleguen más lejos de nuestro contexto local o
inmediato. Sólo es cuestión de que alguien cercano a nosotros posea el saber
que este recurso implica para iniciar la formación de un blog o de una página
web a través de los cuales podamos difundir al mundo entero lo que maestras y
maestros de educación básica estamos haciendo día a día, en muchos rincones del
estado, del país y del mundo mismo, para hacer de la educación un servicio a
nuestras comunidades, a nuestros paisanos, a nuestros pueblos, a nuestros
países, con el propósito de cambiar las relaciones que a diario tejemos para
tener una vida mejor, más rica en todos los sentidos, más saludable y con más
entusiasmo y creatividad para el beneficio personal y colectivo.
Bulmaro Vásquez Romero.
27 de abril de 2012.
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